Míster XI, el tío más raro que había visto en todos mis años de vida.
¿Por qué demonios no quería dar su nombre?Me intrigó mucho, y mi instinto de detective me decía que tenía que tenerle bien controlado y vigilado.
Lo que también me extrañó, fue que de aquellas personas, el personaje no famoso, era yo.
¿Qué pintaría ahí?
A saber…
-Damas, caballeros, pueden pasar al salón comedor delante de mí, -dijo señalando otra de las estancias de la casa.
Hicimos lo que nos pidió.
No voy a entrar en detalles del salón comedor.
Era un disparate igual o peor que el otro salón.
Lujos, riquezas…
Por todos los lados.
Ya me parecía hasta asfixiante.
Más aún, cuando, Esteban, preguntó el precio de una pequeña figura que se encontraba encima de una mesita auxiliar.
-Tres millones de euros, -respondió el dueño.
Se me pusieron los pelos como escarpias.
¿Tres millones de euros por una figurita de león de menos de treinta centímetros de alta?
¡Estamos locos hombre!
Nos sentamos todos alrededor de la gran mesa donde teníamos que comer, o mejor dicho, cenar.
A mi lado, se sentaron mi “cliente” y Julia.
De cena, me sirvieron un plato de esos que salen en programas de cocina con un nombre impronunciable.
Ni me acuerdo del nombre.
Eso sí, estaba riquísimo, para qué lo iba a negar.
La única pega que le encontré, fue que no me quedé satisfecho del todo.
Sé que dicen que se debe cenar ligero, pero yo hago todo lo contrario.
Ceno muchísimo y en las otras comidas como poquito.
Me gusta ir contra “las reglas”, supongo.
Conversamos todos con todos, pero más bien, las conversaciones se dividieron por grupos.
Julia, Julián, su hija y yo, hablamos entre nosotros.
Esteban, Robert y Buin fueron otro grupo.
Gabriela, François, Michael y el otro Robert, el astronauta, por otra parte.
Y por último, Ignacio junto al dueño de la casa.
Aunque estos dos, no hablaron mucho lo que se diga.
Se dedicaron más que nada, a mirar a los demás.
Estaban los dos muy raros.
Esa es la palabra.
Presentía que se conocían.
Avanzadas las horas, mi teoría se haría fuerte…
No suelo equivocarme mucho, por eso, me hice detective. El detective, Antonio Cortés, aquel que resolvió los difíciles casos que nadie supo resolver. Nadie…
Tras la cena, nos ofrecieron un té, o un café para los que no fueran admiradores del primero.
-Espero que estén disfrutando señores, ese era el objetivo de la reunión.
-Míster XI, no dudo de su palabra, pero se me hace demasiado extraño que nos haya reunido a todos aquí solo por ese motivo. ¿Realmente este es el único? –pregunté yo.
-¡Ja ja jaá! Tranquilo, señor Cortés, todo llegará a su tiempo. Y por favor, no está en horario de trabajo.
Me callé. No me quedaba otra.
No estaba allí como detective, mis ocupaciones solo debían limitarse a ser un invitado y a ser un guardaespaldas de mi paranoico cliente.
-Bien, ya es tarde. Mi mayordomo, Radamael, les llevará a sus respectivos aposentos.
Él, se encuentra aquí para lo que necesiten.
-Gracias, -dijimos todos al unísono.
Subimos las escaleras detrás del mayordomo.
El segundo piso era incluso más amplio que el primero.
Las habitaciones, estaban numeradas, pero no precisamente números normales.
Se numeraban por números romanos.
A mí me tocó la nueve.
Era bastante acogedora. Las paredes eran de un color azul marino.
Me gustó.
La cama, estaba enfrente del gran ventanal que había.
También había un televisor de esos que un detective jamás podría permitirse: Un Sony Gh 808 de setenta pulgadas.
Aquella maravilla costaba unos diez mil euros.
Para los que no sepan qué tiene esa preciosidad, les diré que es el mejor televisor del mercado.
Sus funciones eran increíbles.
Una capacidad de memoria de doscientos mil terabytes.
Capaz de mostrar imágenes en cuatro dimensiones. Y muchísimas cosas más lejos del entender de un detective.
La encendí y me quedé alucinado.Su calidad era fantástica.
Y bueno, había una cómoda, donde guardé mi ropa, la que metió el guardaespaldas del padre de Rosa en el maletero, momentos después de que yo entrara en la limusina.
Eran pocas cosas, solo las suficientes mudas para una semana o así.
Me tumbé en la cama.
Confortable, muy confortable.
Por desgracia, no podía dormir. Aún era temprano.
Las once de la noche.
Decidí salir a dar un paseo por los jardines de la casa.
Nunca llegué a hacerlo.
¿Por qué?
Pues porque el mayordomo no me dejó ni bajar las escaleras.
-¿Dónde va el señor?
-Iba a los jardines, a dar una vuelta, todavía no tengo sueño.
-Lo siento muchísimo por usted, pero el dueño de la casa me ha pedido explícitamente que no les deje salir de sus habitaciones.
-¿Y eso por qué?
-No me lo dijo, pero sus órdenes, las debo acatar sí o sí.
-Está bien, -respondí con resignación.
Regresé a mi cuarto.
Pero no podía dormir.
Decidí mirar por la ventana y observar el tiempo pasar.
Es uno de mis pasatiempos favoritos.
Me asomé…
Y lo que vi, me horrorizó…
En el jardín, había un cuerpo tirado en el suelo.
No me lo pensé dos veces y bajé corriendo.
-¿Dónde cree que va señor? –me gritó el mayordomo mientras corría por los pasillos.
Intentó cortarme el paso pero bien poco me importó.
Lo empujé a un lado y pasé sin ningún problema.
El grito del hombre aquel había alertado a todos. No había nadie que no estuviera despierto en esos momentos.
La verdad es que me daba igual.
Solo me preocupaba de aquel cuerpo que había visto en el jardín.
A simple vista, parecía un cadáver pero bien podía ser alguien que se había desmayado en el césped.
Recorrí la casa hasta la puerta de la entrada.
Abrí la puerta de malas maneras y fui al lugar donde estaba el cuerpo.
Verlo de cerca, hizo que me diera cuenta de que no era alguien desmayado.
Era una persona muerta.
No hizo falta que le tomara el pulso.
¿Por qué?
Pues, porque, la cabeza…había sido cortada…
Aquella persona había sido degollada.
No era necesario comprobar nada.
Los demás invitados llegaron al lugar.
-¿Qué rayos ha pasado? –gritó Julia con estremecimiento.
-¿Qué es esto? -dijo mi amigo el astronauta.
-¿Quién…es? –preguntó Míster XI.
No lo sabía.
¿Quién podría ser?
Era un hombre blanco, de estatura mediana, pelo blanco, sin barba, de unos cincuenta años…
No era ninguno de los que habíamos sido allí reunidos.
Estábamos todos.
No había desaparecido nadie.
Aquel muerto, era un desconocido para todos nosotros…
-Señores, volvamos al salón, hay que hablar de lo acontecido hasta el momento, -sugerí que hiciéramos.
Me hicieron caso todos excepto Julia.
Esta última había entrado en estado de shock y tuvo que ser encerrada en su habitación y tranquilizada a base de calmantes.
Aquella escena que vimos todos la impactó considerablemente.
No era alguien fuerte.
Cuando se durmió, empezamos todos a hablar en el salón.
-Señor detective, supongo que usted es experto en este tipo de situaciones, ¿qué hacemos? –preguntó François.
Lo primero, es llamar a la policía.
Es esencial.
¿Dónde se encuentra el teléfono, Míster XI?
-Allí, -dijo señalando al fondo de la sala, a mano izquierda.
Me dirigí a llamar a la policía.
Cogí el teléfono, marqué el número y…
-El cable está cortado, -dije a los presentes.
-¿Qué? –gritaron casi todos al unísono.
-Lo que han oído. El cable ha sido cortado y está claro que no ha sido precisamente por un hombre “invisible”. Lo ha hecho uno de nosotros.
-¿No ha podido ser un ratón mismo que haya roído el cable?
-No, se ve bastante bien que ha sido cortado con algo parecido a unas tijeras de podar o algo así. No ha sido un corte accidental.
-¿Qué insinúa, detective?
-No he insinuado nada, lo afirmo: Tenemos ante nosotros a un asesino que no quiere ser descubierto. Lo normal en estos casos.
-Por dios señor, no sea tan frío, -dijo en tonito enfadado Rosa.
-Siento serlo Rosa, pero mantener la cabeza fría y ser inflexible es lo mejor en estos casos.
-¡Qué vamos a hacer ahora! –gritó Rosa en pleno ataque de nervios.
Veía a la pobrecilla muy afectada.
En la mayoría de este tipo de casos, el asesinato, alguna persona entra en crisis.
Sobretodo las sensibles.
No digo que ser sensible sea malo ni mucho menos, pero en estos casos “extremos” no ayuda jamás en la vida. Así que más te vale ser una persona sin sentimientos si quieres trabajar de detective o algunos de sus similares.
Solo basta imaginar a un detective que no sepa mantener la calma y la cague en pleno caso.
Arruinaría muchas vidas.
Yo por suerte soy así.
Un tío calmado, más duro que la piedra, que nunca muestra sus sentimientos, esa es la base de mi trabajo.
Eso no lo he conseguido por casualidad.
Tuve una infancia algo traumática y me endurecí con el tiempo.
Muchas veces pienso que demasiado…
-Lo primero que tienes que hacer es mantener la calma, Rosa. De nada sirve entrar en fase de pánico.
Mis palabras la tranquilizaron, pero no mucho. Se calló, pero seguía estando nerviosa.
-Rosa, mantenga la calma por favor, es por su bien, estar así como usted está puede ser malo para su bienestar.
-¡No puedo estar tranquila! ¿O es que no ve que hay un asesino por ahí, que ha cortado el cable de teléfono y que posiblemente, sea cualquiera de nosotros la siguiente víctima?
-Entiendo, yo más que nadie puedo saber cómo está usted ahora mismo. Pero, amiga mía, debemos enfrentarlo, no podemos mostrar miedo.
En la vida, hay que saber ser fuerte para que no te pisoteen.
-Yo opino que a lo mejor el cadáver de ahí fuera no tiene nada que ver con nosotros y que a lo mejor puede ser que nos hayan cortado el teléfono, sí, pero siempre nos quedan los teléfonos móviles, ¿no creen?
Yo mismo llamaré ahora a la policía.
Esteban miró su móvil…
-¡No hay cobertura! –exclamó.
-¿Qué? ¡Eso es imposible! –gritó Mister XI.
-¡Pues no la hay maldita sea!
En efecto, no había cobertura.
-¿Cómo puede ser?
Estaba ante un caso extraño…
Algún loco había cortado todas las líneas de teléfono posibles, había dejado un cuerpo por ahí y parecía que nos tenía algo preparado…
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