La
historia había dado vuelcos inesperados. Con lo sucedido, pude darme cuenta que
mi cliente tenía razón con lo que pensaba. Alguien quería asesinarlo, acertó
absolutamente de pleno, aunque aún no entendía el motivo por el cual me llamó a
mí para protegerle. ¿No era mejor contratar un guardaespaldas para semejante
tarea antes que a un detective? Incomprensible.
Dejé
mis desvaríos mentales a un lado, había cosas más importantes a las que
dedicarle mi atención.
Esteban…
¿Estaría
vivo? Deseé que sí…
-Quizá
deba preocuparse el señor de su propia vida y no de la de los demás, -se
escuchó de pronto.
No
había nadie en la habitación, ¿de qué va todo esto? –pensé.
-¿¡Quién
rayos eres!?
Las
paredes que estaban a mis lados parecieron derrumbarse, dejando ver la mayor de
las pesadillas de un ser humano: Un grupo de los mejores asesinos, capaces de hacer escapar la vida de sus víctimas con una facilidad pasmosa y cruel,
deseosos de sangre, posiblemente la mía en primer lugar. Sobran las
descripciones, aquellos robots eran terroríficos, enormes, de un resplandor
metálico rojizo cercano a la sangre. Once máquinas de matar infalibles para la
única misión para la que habían sido fabricados, asesinar...
-No
se preocupe, -dijo uno a mi izquierda, casi al fondo. –Usted no morirá aún,
estamos programados para llevar un orden determinado e irrompible, no obstante,
el robot número nueve ansía probar su sangre.
-¿Robot
nueve? ¿Pero de qué va todo esto? ¡Maldita sea ya!
No
comprendía cómo había once asesinos allí y solo uno de ellos estaba
interaccionando conmigo. ¿Por qué? Si fueran asesinos, ¿no hubieran venido a
matarme en menos de dos segundos?
La
máquina pasó de mí, ni respuesta ni nada, absolutamente nada.
Sin
esperar respuesta alguna a aquellas alturas, puse pies en polvorosa preso del
pánico. Abandoné la habitación, no sin antes coger un estoque que había colgado
próximo a la puerta, sin certeza alguna de si era un estoque real, quiero
decir, podía ser un estoque de esos de decoración, pues los nervios no me
dejaron pensar con claridad, por primera vez...
Corrí
por el pasillo hasta llegar a donde estaba Esteban, quien estaba en un charco
de sangre gigantesco, con los ojos cerrados, como si la vida le hubiera sido
arrebatada. Me temí lo peor, aunque por suerte, cuando me acerqué a comprobar
su estado, los abrió. ¡Estaba vivo!
-Oye
detective, ¿te parece bonito abandonarme para irte de turismo-aventura por esta
casa tú solo? –preguntó divertido.
Empezaba
a admirar a ese hombre. Quitarle su humor, su labia, incluso estando al borde
de la muerte, era misión imposible, aunque su sentido del humor para mi gusto
fuera...poco divertido.
-No
te preocupes, estoy bien, solo que el hombro se me ha dormido y no siento mucho
los dedos de la mano, -comentó.
Le
sonreí, en un intento de hacer que se sintiera bien, que no se preocupara, que
la situación estaba totalmente controlada. Era mentira, pero si mientes de una
forma piadosa, con la intención de no
hacer daño a aquel que mientes, queriendo que esté bien, quizá la mentira esté
justificada.
Sin
dejar de sonreír, lo ayudé a incorporarse, mientras se lamentaba debido al
dolor que le estaba provocando dicho esfuerzo. Mientras le ayudaba, miraba de
reojo al pasillo por donde fui, por donde aquel robot asesino se suponía que
iba a aparecer para acabar con nuestras vidas. Se suponía, porque no apareció.
Ayudando
al humorista, empezamos a bajar las escaleras, muy lentamente, sin parar. Me
costaba caminar, mantenerme en pie aguantándolo a él. Aquel hombre casi no
podía caminar...
Seguía
teniendo miedo por los dos, aquella criatura podía aparecer en cualquier
momento. Era vital ser rápidos.
-¿Qué
ha pasado? ¿Está bien el señor?
Bendita
mi suerte, y bendita también la del herido. Apareció Radamael, el mayordomo de
la casa, dispuesto a, ¿ayudar?
Eso
parecía. Respiré aliviado...
-Ahora
mismo no hay tiempo para explicar qué pasó, por favor, ayúdeme a llevarle hasta
el primer piso, hasta el salón, -dije casi ordenando.
El
mayordomo asintió y procedió a ayudarme con aquel hombre, sujetando a Esteban
por su hombro herido y por la cintura.
En
solo dos minutos, logramos bajar aquellas malditas escaleras y llegar hasta el
salón finalmente.
-Radamael,
usted que conoce esta casa, vaya por un botiquín, necesitamos vendas,
algún desinfectante y traiga también esparadrapo, -dijo Rosa para mi asombro.
Resultaba
que Rosa era una de las mejores doctoras del mundo. En aquel momento pensé que
vaya detective era que no me di cuenta hasta el momento en cuestión.
Tal
como cabe esperar de la mujer más espectacular que he conocido en toda mi vida,
“arregló” a Esteban en un abrir y cerrar de ojos con un vendaje exquisito,
impecable y de un estilo que dejaría a cualquiera estupefacto, mas lo que quizá
me sorprendiera más fue que, cuando echó el desinfectante al hombre, este se
relajó solo con aquellas miradas que esa exuberante mujer le dedicaba. Esteban
no se percató del dolor que le producía ese producto gracias a esos ojazos
hipnotizantes, capaces de hacer sucumbir al mismísimo dios Anubis…y a mí.
Estaba celoso, y no entendía el motivo...
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